Cuando lo oí decir eso, me quedé completamente quieta, sin atreverme a mover ni un dedo. Él me habló con voz ronca:
—¿No estabas dolida? ¿No ibas a buscar a Javier? Entonces, ¿por qué te regresaste?
Le reclamé entre lágrimas:
—¿Y tú no me estabas echando? Entonces, ¿para qué te quedaste mirándome en la puerta como si no quisieras que me fuera? Mateo, tú eres más contradictorio que yo.
Él no respondió, solo me abrazó más fuerte. Escondí la cara en su pecho; en ese momento no quería pensar en nada más, solo quería quedarme así, tranquila, en sus brazos por el resto de mi vida. Ese sentimiento de seguridad, tan silencioso y firme, solo él podía dármelo. Cuando recordé lo triste que se veía hace un momento, me dolió el corazón. Le dije, muy seria:
—Mateo, no pienses tonterías. Yo no quiero a Javier. Yo solo te quiero a ti.
Su cuerpo tembló un poco y en su voz tensa se notaba una mezcla de alegría y duda:
—Entonces, ¿por qué... te fuiste con él?
Cada vez que lo mencionaba, sentía un dolor e