Sentí un ardor en los ojos.
Respiré hondo, intentando contener la avalancha de emociones que me subía al pecho, y avancé despacio hacia él.
—Mateo...
Lo llamé en voz baja, a varios metros de distancia.
Mateo se estremeció y giró la cabeza hacia mí; en su cara apareció una mezcla de sorpresa y una incomodidad casi infantil, la de alguien que ha sido sorprendido con un secreto a medio esconder.
Corrí hacia él y me detuve a un metro de distancia.
Me miró fijamente, sin decir nada.
Reprimí las ganas de abrazarlo y le pregunté:
—¿Qué haces aquí a estas horas?
—Pasaba por casualidad —respondió con un tono distante.
Asentí en silencio.
Ya lo había herido bastante; descubrirle su verdad sería como hundirle otra vez el cuchillo en el pecho.
—¿Embi y Luki están bien? —pregunté.
—Sí. —Su respuesta fue breve.
Pero su mirada se desvió hacia mi espalda, como si buscara a alguien detrás de mí.
Con voz seria, añadió:
—¿Qué haces tú afuera tan tarde? ¿Estabas... con Javier?
No supe qué contestar.
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