Parecía que Alan quería que Mateo hablara. Pero en mi recuerdo, aunque Mateo podía ser irónico cuando quería, nunca fue alguien bueno para discutir. Ni siquiera podía ganar una pelea verbal contra Alan; mucho menos contra alguien más.
Y, tal como imaginé, por más que Alan le daba patadas en la pierna, Mateo no reaccionaba en absoluto.
Alan terminó furioso mientras bebía café.
Javier entró con total calma. Levantó una mano y me puso el brazo sobre los hombros.
En ese instante, sentí una mirada hiriente clavarse en mí.
Mateo me miraba sin pestañear; en sus ojos se agitaba algo doloroso.
Todo el cuerpo se me puso tenso. Solo quería irme. Salir de allí antes de hacer algo que no debía.
Pero Javier no tenía prisa. Sonrió hacia Mateo y Alan:
—Hoy Aurora vino a molestarlos. Otro día los invito a comer.
Alan se rio con desprecio:
—No hace falta. La presencia de cierta persona me quita el apetito.
Esa cierta persona era claramente Javier.
Javier no se enojó. Giró la cabeza hacia Mateo con una s