También estaban Alan, Embi y Luki.
Los dos hombres, cada uno con un niño de la mano.
Parecía que habían salido a pasear con los niños.
—¡Mami!
Embi tenía ojos de águila, y al instante me vio. De inmediato se soltó de la mano de Mateo y, dando pequeños pasos con sus cortas piernitas, corrió hacia mí con entusiasmo.
—¡Mami, mami...!
Se lanzó a mis brazos, mirándome con sorpresa.
—¡Mami, ¿cómo es que también estás aquí?! ¿Te habías quedado con papá, y me querías sorprender a mí y a Luki?
Cuando escuché sus palabras miré por instinto a Mateo.
Mateo no dijo nada ni mostró emoción alguna.
Sus ojos tranquilos solo me observaban con indiferencia, y luego se posaron sobre Javier.
Alan suspiró y cruzó los brazos.
Sin embargo, como los niños estaban ahí, no dijo nada más.
Luki también corrió hacia mí, y los dos pequeños me abrazaron con alegría.
Me agaché para abrazarlos, y en mi corazón sentí un profundo cariño por ellos.
De repente sentí una mirada maldadosa dirigida hacia mí.
Por instinto lev