Los dos niños bajaron la cabeza con tristeza, sin decir nada.
Embi lloraba:
—Pero extraño mucho a mami... Quiero que mami me cuente cuentos, quiero dormir con mami.
Cuando vi las caritas tristes de los dos niños, sentí un dolor en el pecho; fue tan fuerte que casi no pude respirar.
Javier me miró de reojo y, después de unos segundos, volteó hacia Mateo y dijo con calma:
—No tenemos prisa, solo vinimos al centro comercial para acompañar a Camila a comprar algunas cosas para la boda. Si no te molesta, podemos ir todos juntos.
—¡Sí nos molesta! —gritó Alan, antes de que Mateo respondiera.
Hasta ese momento había estado conteniendo su odio hacia Camila por respeto a los niños, pero acompañarla a comprar era imposible para él.
Los dos niños se molestaron, e hicieron pucheros, mostrando su tristeza.
Alan, cuando los vio así, no pudo evitar sentir compasión.
Volteó hacia Mateo y dijo:
—Llévate a los niños y ve con ellos. Yo los espero abajo, en la cafetería.
Sin esperar la respuesta de Mateo,