Javier tiró de Camila y la llevó casi a rastras hacia la puerta del patio.
Yo le grité, apurada:
—¡No te enojes! ¡No la lastimes! Al fin y al cabo… ella solo está demasiado preocupada por ti.
Ah, ese era justo el truco que ella solía usar. Seguro lo reconocía.
Como era de esperar, Camila me miró con aún más odio.
Javier, sin embargo, seguía reprendiéndola:
—¿Lo oíste? Por mucho que te comportes mal, Aurora no te culpa de nada. Incluso intercede por ti. ¿Por qué no puedes reconocerlo? ¿Por qué insistes en atacarla?
—¿Cuándo la he atacado? ¡Te digo que está fingiendo! ¡Está fingiendo! —Camila gritó, tan alterada, que la voz se le puso aguda.
—¡Abre los ojos, Javier! ¿De verdad sabes a quién ama? No quiero verte arruinado por su culpa.
—Entonces dime —respondió Javier, serio—, ¿qué crees que quiere de mí? ¿Mi dinero? ¿Mi amor? Si se trata de dinero, Mateo tiene mucho más. Si es amor… ¿crees que necesita engañarme para conseguirlo?
Camila enmudeció y me fulminó con la mirada.
Un instante d