En cuanto llegamos a casa, Mateo se fue directo al baño.
Pasó tanto tiempo ahí dentro que empecé a preocuparme.
El agua caía sin parar y él no respondía.
Golpeé la puerta con los nudillos.
—Mateo...
Nada.
Solo el ruido del agua cayendo.
Se me apretó el corazón.
¿Y si se había desmayado?
Todavía tenía heridas en el brazo...
Sin pensarlo más, giré la perilla y abrí la puerta.
Y me arrepentí al instante.
Mateo estaba perfectamente de pie bajo la ducha, el agua resbalándole por el cuerpo.
Lo vi todo, absolutamente todo.
Él tenía los ojos cerrados, pero cuando escuchó la puerta, los abrió de golpe.
Nuestras miradas se cruzaron.
Apagó la ducha.
Su cabello mojado se pegaba a la frente y las gotas caían por su cara y su cuello.
En ese momento... tenía algo peligrosamente atractivo.
Sentí el corazón saltarme.
Aparté la vista de prisa, pero sin querer miré directo a su cintura.
Me ardió la cara.
—P-perdón —balbuceé.
—Pensé que te habías desmayado.
Volteé para salir, pero su brazo se estiró y de