—¿Quién anda ahí?
De repente, un cuchillo voló directo hacia la ventana al lado mío.
El vidrio estalló en mil pedazos.
Aguantándome las ganas de gritar, me lancé hacia un costado, cubriéndome la cabeza.
—¡Alto! —reconocí al instante la voz de Mateo, llena de urgencia.
Antes de que pudiera recuperar el aliento, una sombra alta y fuerte corrió hacia mí.
Asher saltó por la ventana rota y, cuando me vio, se quedó paralizado.
—Señorita... ¿era... usted? —balbuceó, atónito.
Mateo llegó un segundo después.
Con la cara pálida, me agarró fuerte de la mano.
—¿Estás bien? ¿Te lastimaste? —preguntó, tenso.
Le dije que no.
Por suerte había reaccionado a tiempo y la ropa gruesa me había protegido de los vidrios.
Asher, avergonzado, recogió el cuchillo del suelo.
—Perdón, señora. Pensé que era gente de Waylon.
—No pasa nada —respondí en voz baja.
Volví la mirada hacia Mateo.
Su abrigo y sus manos estaban manchados de sangre.
El aire muy frío traía el olor metálico y denso del campo de batalla.
Él not