—No es eso, solo me preocupé por ti, no es que yo... mmm...
No alcancé a terminar, porque Mateo de repente me agarró la cara y me besó.
El vapor llenaba todo el baño y el calor parecía aumentar con cada segundo.
Su beso fue apasionado, posesivo, hasta que sentí que me faltaba el aire.
Lo empujé suavemente del pecho y al final se apartó.
Me abrazó con fuerza y murmuró junto a mi oído:
—No vuelvas a hacer eso. ¿Y si te pasa algo?
—Pero... me preocupas —respondí en voz baja.
Casi no se oyó.
Mateo me acarició el cabello, con la mirada perdida.
—No tienes que preocuparte. Esto ya casi termina —dijo despacio.
Su tono era tan bajo y su mirada tan seria que sentí un escalofrío.
Por un instante, en sus ojos cruzó una chispa de violencia que estaba conteniendo.
Lo abracé con fuerza, apoyando la cabeza en su pecho.
—Lo sé. No quiero que me lo digas si crees que me voy a preocupar, pero prométeme algo: hagas lo que hagas, tienes que cuidarte.
—Lo prometo —respondió él con voz grave.
Nos quedamos a