Embi corrió contenta hacia Mateo.
Él la alzó y le dio un beso en su mejilla redondita.
—En unos días te voy a llevar a pasear. Pero antes, vamos a jugar con tus juguetes aquí en casa, ¿sí?
—Sí, sí. Si papi juega conmigo, soy feliz en cualquier parte —respondió Embi y enseguida le plantó un beso sonoro en la cara.
Mateo no pudo evitar reírse de la felicidad.
Entonces Luki tiró de mi ropa y señaló a Carlos, que estaba a un lado, con expresión tensa.
—Él es el tío, ¿verdad? Cuando llegó, doña Godines no lo dejó entrar. Luego él quiso que Embi y yo saliéramos a jugar con él, pero doña Godines tampoco quiso. ¿Hizo algo malo?
Cuando escuchó eso, la cara de Carlos se tensó de enojo y tristeza.
Antes de que dijera algo, doña Godines salió de la casa.
Ella le lanzó una mirada de reojo hacia Carlos, luego me habló:
—Este señor dijo que quería verla, pero como antes la trató tan mal, no lo dejé pasar. Luego me dio miedo de que quisiera acercarse a los niños, así que no los dejé salir hasta que us