—¡Basta! —gritó Carlos, interrumpiéndome en seco.
Tenía los ojos rojos y me miraba desesperado.
—Solo quiero que me digas dónde está. ¿A quién la llevaste a ver?
En ese momento, Carlos ya no escuchaba nada más.
Se aferraba al mundo de mentiras que Camila le había armado.
Quizá, en el fondo, sabía que ya no había vuelta atrás.
Era mi hermano, el que más amé desde niña.
Verlo así... me rompía por dentro.
Reprimí la tristeza que me subía al pecho y respondí, seria:
—No sé dónde está. Lo único que sé es que se fue con Waylon y Henry. Si quieres saber de ellos, investiga por tu cuenta. Y supongo que ya lo sospechas: te tuvo entretenido a propósito y dejó de contestarte el teléfono porque quiso. Así que no fui yo la que la llevó con nadie, ella fue la que quiso ir.
Lo miré, firme.
—Hasta aquí llego. Si sigues creyendo que escondí a tu preciosa Camila, entonces ven y mátame. Me da lo mismo.
—Aurora... —murmuró, a punto de llorar.
—No creo eso. Solo... no la encuentro. Estoy desesperado. No sé