Camila, desde un costado, me habló con puro sarcasmo:
—Algunas personas son demasiado maniáticas. Es solo una requisa y lo complican todo. ¿De verdad te crees tan valiosa que ni a través de la ropa te pueden tocar?
—Parece que a ti te gusta que te toquen los hombres, ¿no? —dije, con una sonrisa burlona.
—Diles a los guardaespaldas del señor Dupuis que te vuelvan a revisar, que no hicieron bien su trabajo y te lo repitan.
Cuando me oyeron, los guardaespaldas de Waylon bajaron la cabeza, un poco incómodos.
A Waylon se le salió una risita juguetona.
Volteé y, con sorpresa fingida, le hablé a Camila:
—¿Acaso quieres que el señor Dupuis te registre personalmente? Vaya, ¿por qué no se lo dijiste antes? Anda, díselo ya, con la atención especial que te presta, seguro que él mismo te revisa de arriba a abajo.
En cuanto terminé, Waylon se molestó y me miró con desprecio.
—Eres entretenida, Aurora —dijo.
—Traer a alguien así para fastidiarme está de más y, encima, dices esas porquerías. Si te reg