—Está bien... está bien.
La camarera no se atrevía a levantar la vista.
Menos mal que Waylon le habló con un tono relativamente tranquilo.
Pero esa calma pareció molestar aún más a Camila.
Lo miró como si quisiera quemarla con los ojos.
Seguro pensaba que si Waylon podía tratar con dulzura a una trabajadora, ¿por qué a ella la humillaba con palabras tan groseras?
Llevaba años observándola y cada vez me convencía más de que no amaba de verdad a Mateo.
Quería que todos los hombres la adoraran, que todo girara a su alrededor.
No soportaba ver la alegría ajena.
Si alguien tenía algo, iba y quería quitárselo.
Mientras pensaba en eso, la camarera ya estaba frente a mí.
Con respeto dijo:
—Aurora, dis... disculpe, fue el señor el que me pidió que las registrara.
Cuando lo dijo, señaló tímidamente hacia Waylon.
Se notaba que le tenía miedo.
Y no era para menos.
El hombre era enorme; a pesar de sus rasgos atractivos, su presencia era espeluznante.
No era raro que en Zuheral le dijeran “el demoni