Él estaba de pie junto a la cama, con la mirada intensa y los nudillos marcados mientras desataba el cinturón de su bata.
Normalmente duerme sin ropa y quitarse la bata al acostarse es lo habitual. Pero, en ese momento, el ambiente se volvió muy ambiguo. El gesto de desnudarse se sintió en serio provocador.
¡Ay!
Con la mente llena de imágenes subidas de tono, todo lo veía de otro color.
Justo cuando el corazón me latía a mil por hora, él dijo, en voz baja, con una sonrisa:
—Si me quito la ropa para dormir, ¿por qué te sonrojas?
Me quedé en blanco y negué de inmediato:
—No… no es nada, la sábana está muy gruesa, me dio calor.
Dije eso y, fingiendo, empecé a abanicarme con la manta. Él se rio más.
Ya había dejado la bata y se le veía el pecho fuerte y la cintura marcada. Quizá llevábamos más de diez días sin intimidad, y el deseo se sentía más intenso que nunca. Al verlo así, una oleada de calor me subió por todo el cuerpo y me dejó intranquila. Y, para colmo, él seguía tomándome el pel