Sorprendida, apoyé las manos en su pecho.
—Mateo... —dije.
Él me besó en los labios y, con voz ronca, habló.
—Si lo deseas, dímelo. ¿Qué hay de malo en eso?
—¡No lo deseo! —respondí de inmediato, y mi cara se puso todavía más roja.
Qué extraño. ¿Cómo supo que lo quería? Yo había dicho que queríamos dormir, entonces ¿cómo adivinó que quería… eso?
Mateo apoyó las manos a ambos lados de mi cuerpo y me miró, divertido.
—Bueno, si no lo quieres tú, lo quiero yo. ¿Te vale?
Sus ojos brillaban con una chispa juguetona. Ya de por sí era atractivo y, en ese momento, se veía todavía más. Su pecho y su abdomen eran firmes, con la musculatura bien marcada. La clavícula hacía una línea sensual cuando se inclinó sobre la cama. Me quedé viéndolo, absorta. Cuando reaccioné y le vi la sonrisa traviesa, miré a otro lado y me insulté por no tener fuerza de voluntad.
He visto muchos hombres atractivos en mi vida y, antes, él no me llamaba la atención. ¿Por qué ahora me dejaba embelesar por su cara y su cue