Provocar a Bruno no les iba a servir de nada. Lo más probable era que el objetivo fuera el otro.
Con eso en mente, le pedí a Mateo que sumara más guardias para vigilar a Alan.
En esos diez días, Mateo estuvo tan ocupado que prácticamente vivía en la oficina. Hoy, por fin, regresó a casa conmigo porque le llevé la cena. Cuando terminó todo ya eran las diez de la noche. Yo me quedé dormida un rato en su despacho, así que estaba despejada, pero él se veía agotado.
Se recostó en el asiento del copiloto, con los ojos medio cerrados y cansancio en la cara. Cuando entramos al auto, yo lo miré. Dormía profundo y no quise despertarlo. Me quedé mirándolo en silencio.
La luz tenue del patio dibujaba un halo en su pelo, que lo hacía ver muy tierno. De perfil, se veía bonito. Con los años, se había vuelto más contenido y sereno.
Saqué el celular y lo puse en silencio. Le tomé unas fotos sin que se diera cuenta y, luego, me acerqué despacio para apoyar la cabeza en su hombro, sin querer despertarlo