Tenía un frío que me calaba hasta los huesos.
Me separé de él al instante.
—¿De dónde saliste?
Mateo me miró con una sonrisa.
—¿Cómo que de dónde salí?
—No te encontré en casa, te busqué por todas partes. Aquí estuve vigilando un buen rato y no te vi, y ahora, de la nada, apareces —le dije.
—Estuve aquí todo el tiempo —contestó.
Me tomó la mano y la metió dentro de su chaqueta, contra su pecho. A pesar del clima helado, él estaba calentito. Sentí los latidos de su corazón, fuertes y constantes.
—Mira cómo tienes la cara roja del frío —dijo.
Después me levantó en brazos y de un brinco pasó conmigo por encima de los arbustos. Nos subimos al auto y el calor me envolvió por completo. Ahí recién me sentí algo mejor, aunque los pies seguían como bloques de hielo.
De repente, Mateo me agarró la pierna. Me asusté.
—¿Qué haces?
No me respondió. Me quitó los zapatos y las medias, y metió mis pies helados dentro de su chaqueta, contra su pecho.
Abrí los ojos y, por instinto, traté de sacar los pi