Con desprecio, me hice a un lado y dije, irritada:
—Ya no eres mi hermano. No quiero volverte a ver; das asco.
Después de eso, fui a ayudar a Valerie y volteé para irme.
Detrás escuché a Carlos tratar de contener el llanto.
Me mordí el labio y, aunque quise aguantar, una lágrima se me escapó y escurrió por mi mejilla.
Más de veinte años de hermandad se rompieron por completo.
Esos recuerdos lindos del pasado, al final, parecían de otra vida.
Samuel me dijo que había periodistas en la entrada del hotel y que el vestíbulo estaba lleno.
Me recomendó salir por la puerta lateral para no llamar la atención.
Mientras bajábamos en el elevador, Mateo me llamó por teléfono.
Dijo que ya sabía todo.
Era normal: una noticia así ya debía estar esparciéndose por internet.
Las imágenes de Valerie y Carlos en la habitación andaban por todos lados.
Mateo me aseguró que ya había mandado gente a borrar esas publicaciones.
Sobre Alan, dijo que lo llamó, pero no contestó.
Cuando oí la voz serena de Mateo, s