Pero cuando la felicidad, que era tan difícil de alcanzar, por fin llegó, lo único que quise fue cuidarla.
Antes perdía la cabeza y pensaba una y otra vez en matar a Camila.
Pero con el tiempo entendí las razones de Mateo.
Si te ensucias las manos con sangre, de eso no sale nada bueno.
Si yo la matara, sí me desquitaría, pero si Bruno y los demás exigieran que pagara su vida, si armaran escándalo y todo se supiera, ¿cómo podría Mateo protegerme?
Él solo quiere que yo esté bien.
Y ahora yo también solo quiero que él esté bien. Limpio, sin la sangre sucia de Camila en las manos.
Lo abracé fuerte, apoyé la cabeza en su pecho y le dije en voz baja:
—Antes me pedías que no actuara por impulso; ahora yo también te pido que no lo hagas. El cielo no se olvida de nadie. Todo lo que ella hizo tiene un punto débil. Tengo una corazonada: su castigo ya está cerca.
El aire frío que lo rodeaba se disipó un poco.
Me apretó más y sonrió.
—¿Ah, sí? ¿Ahora también puedes adivinar el futuro?
—Claro —le re