De repente, sentí algo caliente resbalarse por mi cuello. El corazón me dio un salto. ¿Estaba llorando?
—Aurora... —dijo de repente.
Su voz grave, vulnerable, sonó tan frágil que dolía.
—Sé que mi carácter es complicado, a nadie le resulta fácil. Casi siempre estoy dividido: por un lado, quiero estar contigo y, por otro, me da miedo. Temo que cuando esté en plena felicidad un día te vayas de mi lado. Tenerla y después perderla duele más que morir.
—Pero ya te lo dije. No me voy a ir de tu lado. Nunca —le respondí.
Él apretó más los brazos y me abrazó con fuerza. Después de un buen rato dijo en voz baja:
—Contigo siento que no hice nada bien. No te cuidé, no te di una felicidad estable. Cuando recuerdo el daño que te causé, el miedo me come el valor. Me da pánico herirte otra vez sin darme cuenta. Por eso no paro de huir, no paro de echarme para atrás. Pero ¿sabes? No puedo. No puedo romper del todo contigo. Ese certificado de matrimonio... en realidad no se perdió. Yo lo escondí.
Me qu