Alan: "Dile a Mateo que no se esfuerce tanto. Lo importante es la salud."
Volteé a verlo, a mi lado.
¿Decirle que no se esforzara tanto? ¿Eso dependía de mí?
Cuando me acordé de lo intenso que estuvo en la cama hace un momento, hasta dudé de la realidad. Un instante antes parecía débil, como un enfermo a punto de caerse, y al siguiente se convirtió en una bestia desatada.
Mientras divagaba, de repente, pisé en falso y perdí el equilibrio. Caí hacia adelante. Por suerte, Mateo me sostuvo de la cintura a tiempo y me atrajo de vuelta.
En ese movimiento, mi bata de dormir se deslizó de mi hombro, dejando expuesta gran parte de mi pecho.
La mirada intensa de Mateo aterrizó sobre mis pechos al instante.
¿En serio? ¿No acabábamos de hacerlo? ¿Todavía no tenía suficiente?
Ya lo sospechaba. Con ese nivel de necesidad, casi era un milagro que pudiera aguantarse la mayor parte del tiempo. Y pensar que hace nada quería separarse de mí. Solo de acordarme, me hervía la sangre.
Lo miré, molesta:
—¿