—¡Carlos…! —gritaba Camila, una y otra vez. Su voz sonaba débil, fingiendo inocencia.
Cualquier hombre que la escuchara seguro se enternecía.
Valerie alzó las manos:
—Uy, un fantasma, da mucho miedo.
Carlos ya no aguantó y me empujó.
Me tambaleé y casi caigo. Por suerte Valerie me agarró a tiempo.
Justo cuando Valerie iba a soltarle una sarta de insultos a Carlos, yo le tomé la mano y le hice una seña para que se calmara.
No esperaba nada de él. Prefería no encender más el conflicto para que Valerie no acabara lastimada.
No quería más pleitos inútiles.
Carlos la levantó rápido y revisó con cuidado su mano. Se le notaba el dolor en la cara.
Mi patada fue fuerte.
La mano de Camila estaba raspada y sangraba.
Carlos, con los ojos rojos, me miró con dolor y reproche.
—Simplemente le estoy aplicando su propia medicina —dije, seria.
—Si ella no hubiese herido a mi hija, ¿crees que la habría tocado?
—Fue sin querer —discutió Carlos—. ¿Por qué tenías que…?
Me reí con desprecio:
—Pues también