Muy temprano, llevé a los niños a la escuela. Después volví a casa, a esperar noticias de Mateo.
Ese día solo me dijo que nos veríamos el lunes en la entrada de la registraduría. No dijo la hora.
Pasó toda la mañana y no supe de él. Seguro se le olvidó.
Pensarlo me alivió un poco el ánimo.
Al parecer él tampoco quería divorciarse de mí.
Cuando me calmé hasta me volvió el apetito.
Fui a la cocina. Saqué unos ingredientes. Me puse a prepararme algo rico.
Justo cuando terminé sonó el celular en la sala.
Eso me dejó extrañada.
¿Sería Mateo llamando para decirme que fuera al registro civil?
Tomé el teléfono del sofá. Sí. Era él.
Se me bajó el ánimo de golpe.
Contesté y me tragué la rabia. No dije nada.
Yo tampoco escuché nada, solo silencio. Tanto que me dieron ganas de estrellar el celular contra el piso.
Al final no aguanté más:
—¡Si tienes algo que decir dilo ya! ¡Si no cuelgo!
Qué fastidio. ¿Cree que quiero escuchar cómo respiro?
Me ponía mal.
Después de unos segundos Mateo por fin ha