—Acuérdate de enviarme un mensaje todos los días y, cuando tengas un rato libre, llámame. No importa qué tan ocupado esté, si eres tú, siempre voy a contestar—dijo Mateo con un tono tierno.
—Está bien.
La tristeza en su voz hizo que se me aguaran los ojos.
En ese momento sentí su amor. Era tan intenso que no quería soltarme nunca.
Pero, en medio de ese cariño, había una preocupación escondida.
Eso hizo que a mí también me naciera una mezcla de amargura y nervios.
Le pregunté:
—¿Qué es lo que te preocupa? ¿La operación de tu mamá?
Mateo respondió:
—El doctor dijo que, en este tipo de cirugías, mientras el riñón sea compatible, las probabilidades de éxito son muy altas.
—Entonces, ¿porque te preocupas? —En medio de todo ese cariño, sentía un poco de miedo en él.
No entendía qué podía asustar a alguien como él, aparte de la salud de su madre.
Mateo me miró fijo, me acarició la mejilla y me dijo en voz baja:
—Tengo como un presentimiento de que no voy a volver a verte.
—¡Tonto! —le dije ab