Por la noche, Mateo pasó por mí para ir a cenar.
Primero entró a la habitación del hospital para saludar a mi mamá y luego me llevó al restaurante que había reservado.
Ese año, Ruitalia estaba pasando por un invierno muy fuerte.
La brisa fría, me quemaba las mejillas.
Mateo me acomodó la bufanda y después me tomó de la mano para subir al carro.
Estos días, con todo lo de mi mamá, casi no había tenido la oportunidad de ir a ver a su madre.
Mientras me abrochaba el cinturón, le pregunté:
—¿Como ha estado tu mamá?
Mateo asintió:
—Todos los días recibe a tiempo sus inyecciones. Solo estamos esperando la operación del 20.
Apreté los labios y dije:
—Ese día quizá no pueda ir a verla, ni quedarme contigo a esperar a que salga de la cirugía.
—Está bien —Mateo me apretó la mano y me dijo, con una sonrisa cariñosa— Ese día tu mamá también entra al quirófano. Aunque seas mi esposa, ella es tu mamá y esta primero.
Hizo una pausa y dijo, emocionado:
—Este año ha sido pesado. Cuando nuestras mamás s