Me reí sarcásticamente y no le contesté nada.
Mi padre dijo:
—Mateo la quiere tanto que no le hará nada. Mejor pensemos en nosotros mismos.
Luego me miró:
—Y otra cosa, hija, en la familia no hay rencores que duren toda la vida. Te enojas unos días y ya. Yo seguiré amándote y siendo tu papá, y tu hermano seguirá cuidándote.
Les contesté con una risa burlona, no quería decirles ni una palabra más.
Mi hermano me miraba con los ojos llenos de lágrimas, pero tampoco habló.
Mi padre suspiró y añadió:
—Cuando tu mamá se recupere, vamos a comprar otra casa, para no vivir de lo que Mateo nos da por caridad. Y cuando yo tenga más dinero, viviremos muy bien, hasta tendremos lujos y todo, así como antes.
El viento frío de la noche se llevó su última frase.
Seguí con la mirada las luces traseras del carro hasta que se perdieron en la oscuridad, y sonreí, con un vacío doloroso en el estómago.
¿Como antes?
Imposible.
Aunque él ganara todo el dinero del mundo, aunque fuera millonario, ya no podríamos