—Ay, ¿no dijo el señor Bernard que cada persona tiene algo que la hace valiosa? Si esta princesita no sabe hablar bonito, entonces debe aguantar bien el alcohol, ¿no? —dijo Waylon, mientras le hacía una seña a una de las mujeres que traía para que le sirviera una copa a Camila.
Waylon sonrió y dijo:
—Si voy a beber, debe ser con una mujer guapa. Dale, preciosa, brindemos.
Camila intentó sonreír:
—Lo siento mucho, señor Dupuis, pero… por mi salud no puedo beber.
La expresión de Waylon cambió.
—¿Vienes a una cena de negocios y no puedes beber? ¿Crees que esto es una piñata?
Un escalofrío me recorrió la espalda.
Solo pensaba: por favor, que no me pida beber a mí. Estoy embarazada. No puedo ni probar una gota.
Waylon ya no sonreía. Camila lo miró, como si no supiera qué hacer, con los ojos aguados, esperando que Mateo hiciera algo.
Mateo la miró un momento y levantó su copa:
—Señor Dupuis, si le parece bien, yo puedo beber por ella.
Waylon se recostó en su silla y se aflojó la corbata, con