—Había oído que el señor Bernard, de Ruitalia, es una persona capaz de adaptarse, con gran astucia y talento. Hoy que lo veo en persona, confirmo que es cierto —Waylon sonrió.
—Me gusta ser amigo de gente inteligente, y usted, señor Bernard, ya es mi amigo.
—Para mí, es un honor serlo, señor Dupuis. Vamos, le brindo esta copa —respondió Mateo, levantando su copa y mostrándole así todo el respeto posible.
Waylon bajó la mirada, sonrió un poco y se bebió todo de un solo trago.
Cuando terminaron, Alan sacó el contrato que ya tenía preparado y, sonriendo, dijo:
—Señor Dupuis, si el contrato le parece bien, ¿qué le parece si lo firmamos ahora mismo?
Waylon se recostó en la silla y agitó la mano con indiferencia. Su asistente, que esperaba fuera, entró al instante con el contrato.
Mientras el asistente y Alan revisaban los documentos, Waylon me miró de la nada.
Rápidamente, le respondí con mi sonrisa más profesional.
Waylon sonrió, entretenido, y luego volvió a mirar a Mateo.
Me quedé algo