Alan se quedó callado un segundo y luego sonrió:
—Está bien, está bien.
Dijo eso mientras tomaba el tazón de sopa que Camila tenía y lo puso frente a mí.
Le sonreí a Camila:
—Entonces gracias por la sopa, Camila. Prometo que me la voy a tomar cuando acabe de comer.
Por un momento, algo de enojo le pasó por los ojos.
Después sonrió, como si escondiera algo, y dijo:
—Aurora, qué suerte tienes. Tienes un amigo tan detallista como Alan.
Alan levantó una ceja, miró a Mateo y no dijo nada.
Camila siguió hablando, ahora viéndome:
—Aurora, ¿cuándo vas a empezar a salir en serio con Alan? Acuérdate de invitarnos a mí y a Mateo cuando eso pase.
Aunque hablaba con voz suave, sus palabras eran como un ruido molesto que me daba coraje.
La miré sin ganas y sonreí:
—¿No puedes quedarte callada ni para comer?
Esta vez, Camila dejó de actuar como si fuera frágil y me respondió, con una sonrisa malvada:
—Ay, Aurora, ¿te dio pena? Vamos, ¿cuándo te vas a casar con Alan? Me muero por ver eso.
Miré a Alan,