Levanté la cabeza rápido, justo a tiempo para ver a Mateo, acercándose de prisa hacia mí.
—¿No te dije que te quedaras quieta esperando? ¿A dónde te metiste ahora? Aurora, ¿por qué nunca haces caso? ¿Por qué te gusta andar de un lado a otro? ¡A veces quisiera romperte una pierna!
Apenas me tuvo en frente, me gritó una y otra vez.
Se le notaba que estaba muy enojado. Respiraba fuerte, como si no pudiera contener lo que sentía.
Esperé a que soltara todo y, con cuidado, empecé a hablar:
—No te enojes. Es que fui a ver la exhibición especial.
Recordar lo grande y sorprendente que era el tesoro del palacio me llenó de emoción.
Le agarré el brazo:
—Aún debe estar abierta, ve rápido. Aunque solo la mires un momento, vale la pena.
—¡Basta!
En cuanto terminé de hablar, Mateo me quitó la mano de un tirón.
Me miró con furia:
—Siempre haces lo mismo. Vas a donde se te da la gana, haces lo que quieres, sin pensar en lo que yo siento. De verdad, Aurora, parece que yo soy lo que menos te importa en e