Él no contestó, solo dijo con un tono indiferente:
—Ya no quiero. Tú verás si te lo tomas.
No dije nada.
Seguía molesto, se notaba mucho.
Bajé la mirada y expliqué en voz baja:
—Perdón, había demasiada gente y ruido en la sala de exhibiciones. Por eso no escuché el teléfono. No fue mi intención no contestar.
Nunca antes le había pedido perdón con tanta sinceridad.
No sabía si con eso lograría que se calmara un poco.
Levanté la cabeza lentamente y lo miré.
Vi que seguía tenso, su expresión era amenazante, no parecía menos molesto que antes.
¡Ay!
Este hombre no se calma fácil.
Desde que salimos del Palacio de Hielo, Mateo no me dijo ni una sola palabra.
Afuera ya era de noche.
Mateo iba adelante y yo corría para no perderlo, pegada a él.
En vez de ir directo donde estaba el auto, entró a un restaurante que estaba cerca.
Lo seguí y nos sentamos junto a la ventana.
El mesero nos dio los menús con una sonrisa. Él me lanzó el suyo sin decir palabra.
Apreté los labios, abrí el menú y pregunté