Cuatro años de matrimonio. Una sola firma, la suya, bastó para liberarme, aunque él jamás supo lo que estaba firmando. Yo era Sofía Moretti, la esposa invisible de James Moretti, heredero de la familia mafiosa más poderosa de la ciudad. Pero cuando su amor de infancia, la deslumbrante y privilegiada Victoria, regresó, lo entendí todo: siempre fui un reemplazo. Así que jugué mi última carta. Deslicé los papeles sobre su escritorio, un divorcio disfrazado de simples formularios universitarios. James firmó sin mirarlos más, la pluma rozando el papel con la misma indiferencia con la que trató nuestros votos, sin darse cuenta de que acababa de poner fin a nuestro matrimonio. Pero no me fui con las manos vacías. Bajo mi abrigo, llevaba a su heredero no nacido, un secreto que podría destruirlo cuando descubriera lo que había perdido. Ahora, ese hombre que nunca me miró está arrasando el mundo para encontrarme. Desde su penthouse hasta lo más bajo del inframundo, está buscando en cada rincón. Pero yo ya no soy una presa temblorosa esperando ser capturada. Me reconstruí más allá de su alcance, donde ni siquiera un Moretti puede seguirme. Esta vez, no seré yo quien suplique por su amor. Será él quien suplique por el mío.
Leer másJames se quedó paralizado. Esta era Sofía Moretti: investigadora, superviviente, apasionada, capaz e intensamente independiente. No la esposa callada y complaciente a la que había relegado al fondo de su mundo violento y complicado.Esta era la mujer cuya mente nunca se había molestado en comprender, cuyas ambiciones había desestimado, cuya esencia misma había ignorado. Nunca la había entendido.La realización le golpeó con la fuerza de la avalancha que lo había traído hasta allí. Se había casado por conveniencia, con una sombra hermosa. Solo ahora, cuando ella se alejaba definitivamente de él y de su mundo, veía realmente a la brillante y resistente mujer que había dejado escapar entre sus dedos. El dolor de esa comprensión era profundo, una herida más honda que cualquier lesión física.Cuando Sofía desapareció en una gran carpa de equipo sin mirarle atrás, la última pieza de su antigua armadura se rompió. Las defensas construidas sobre el poder, el control y el desapego emocional
Las palabras que James Moretti había ensayado durante el frenético viaje en helicóptero, la excavación desesperada, la espera agonizante, se deshicieron como copos de nieve sobre piel ardiente.De pie frente a Sofía, en el caótico escenario que dejó la avalancha, lo único que logró salir de su boca fue una disculpa cruda y desgarrada.—Sofía —empezó, la voz raspada por el frío y el agotamiento—. Lo que pasaste... lo sé. El embarazo... lo sé.—¡Basta!Sofía lo interrumpió, la voz tan afilada como hielo glaciar. Una sonrisa frágil, burlona, se dibujó en sus labios.—¿Viajaste medio mundo, señor Moretti, solo para burlarte de lo estúpida que fui alguna vez? —Sus palabras, afiladas por meses de soledad y dolor, lo cortaron con precisión quirúrgica.Él se estremeció, y la acusación le golpeó hasta los huesos.—¡No! Dios, no. Yo... sé cuánto te lastimé. Fue mi culpa, fue toda mi culpa —sus ojos, enrojecidos por treinta horas sin dormir, le suplicaban—. Sofía, por favor. No permitas que este
La avalancha había convertido el paso en un cementerio de nieve y metal retorcido. James trabajaba junto a los rescatistas, con las manos ampolladas bajo los guantes mientras golpeaba el hielo. Su mundo se reducía al ritmo del hacha: levantar, golpear, cavar... cada movimiento, una penitencia.Los recuerdos lo asaltaban entre golpes: la risa de Sofía amortiguada por la nieve en Vermont, la vez que le dibujó ecuaciones en la palma para explicarle su investigación, sus lágrimas silenciosas en el hospital mientras él estaba con Victoria.Un rescatista le gritó en alemán, señalando sus guantes ensangrentados. James lo ignoró. El dolor no era nada comparado con el nudo en el pecho, el miedo de haberla enterrado mucho antes que esta montaña.El crepúsculo se fundió con la noche. La vista de James se nublaba por el cansancio, los dedos entumecidos bajo las vendas que un médico le había puesto a la fuerza. Apenas percibió el alboroto cercano hasta que una voz cortó su delirio como un cuchi
El cuerpo entero de James Moretti se tensó ante las palabras de la estudiante.—¿Perdió al bebé? —el sabor de las palabras era como vidrio roto en su boca.La universitaria de pelo azul le lanzó una mirada fulminante, apretando los libros contra el pecho.—Un desgraciado la dejó embarazada y desapareció. Ni siquiera se presentó cuando se desplomó. —cada sílaba sonó como un disparo en el silencio del campus.Sofía había estado esperando a su hijo.Su mente volvió al hospital: el rostro pálido de Sofía en el ascensor, el papel arrugado en su puño. ¿Y él? Llevando a Victoria a su cita prenatal como un maldito caballero.—¿Dónde está ahora? —la pregunta le salió como un desgarro.Los labios de la chica se tensaron.—Se fue. Partió a Suiza la semana pasada.Suiza.Los formularios de solicitud que él había ridiculizado. La nieve que aseguró que ella odiaría. Cada comentario despectivo ahora era un cuchillo girando en su estómago.A medianoche, James seguía en la oficina de su ático, arrancan
Los dedos de James Moretti temblaban al recorrer el sello en relieve de los papeles de divorcio.La mano de Victoria se posó en su hombro.—James, no es más que una rabieta de una universitaria. Ya volverá arrastrándose.—Tengo esposa. —las palabras le salieron como disparos. La apartó de un empujón, y el movimiento hizo añicos un jarrón de cristal. Los fragmentos se deslizaron por el mármol como los pedazos rotos de su matrimonio.El aire le golpeó el rostro cuando salió a la calle. El Mercedes rugió al encenderse, el volante vibrando bajo su agarre de nudillos blancos.Las verjas de la universidad se alzaron ante él. James atravesó el campus, pasando entre grupos de estudiantes que reían, con las mochilas cargadas de libros y de futuro. Un vuelco en el estómago le recordó que no tenía idea de cuál era el laboratorio de Sofía. No sabía el nombre de su tutor. Jamás le había preguntado por su investigación.—¿Laboratorio de Biología? —el guardia de seguridad lo miró de arriba abajo, de
El Mercedes dio un volantazo brusco cuando James apenas esquivó una moto. El grito furioso del motorista atravesó los cristales cerrados, pero James ni parpadeó. Los nudillos se le pusieron blancos sobre el volante, el cuero crujiendo bajo la presión de sus dedos.—¡James! —la mano perfectamente manicura de Victoria voló a su pecho, su pulsera de diamantes tintineando contra el salpicadero— ¿Qué demonios te pasa últimamente? Olvidaste nuestra cita para el cine y ahora intentas matarnos a los dos.Ni siquiera la miró.—Estoy cansado. Ve con tus amigas.Las palabras salieron planas, mecánicas. Su mente estaba en otra parte, concretamente, en el último mensaje que Sofía le había mandado casi un mes atrás. Un simple “El laboratorio va con retraso, no me esperes”. Nada más. Sin llamadas. Sin mensajes.Victoria bufó mientras se retocaba el labial frente al espejo de cortesía.—Estás así desde que Sofía se fue a su precioso laboratorio. Seguro que está haciendo pucheros porque pasas tiempo c
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