—¡Carajo! —Samuel golpeó la mesa con tanta fuerza que los vasos temblaron—. ¿Cómo demonios puede haber una diferencia de varios minutos en la cámara? ¿Quién es el bastardo que se llevó a mi esposa?
Su voz resonó en la sala como un trueno. Era la primera vez que los oficiales lo veían tan fuera de control. Samuel Anderson, el hombre que usualmente pensaba antes de actuar, ahora era solo un esposo desesperado que se sostenía a duras penas.
—Señor Anderson, cálmese —pidió el oficial a cargo—. Estamos revisando las cámaras de los locales más cercanos al sitio donde desapareció la señora Alía. No vamos a detenernos hasta encontrarla.
Pero esas palabras no hacían nada para apaciguarlo.
El caos en Livor aumentaba cada minuto. Las noticias repetían la desaparición de la famosa actriz; los canales saturados, los fans aglomerados frente a la agencia y la prensa buscando declaraciones que nadie estaba dispuesto a dar. La ciudad entera parecía paralizada mientras el reloj seguía avanzando sin cle