—¿Eres tonta, Alía? ¡¿Cómo no puedes estar feliz?! Estás nominada a Actriz del Año. Por fin, después de tantas noches sin dormir, grabaciones interminables y viajes a ciudades que ni siquiera recordamos en el mapa… estás recogiendo lo que sembraste —exclamó Sofía, más emocionada y eufórica que la propia protagonista del logro.
Alía, sentada frente al espejo, observó su reflejo con una expresión tranquila, casi nostálgica. Suspiro largo, lento, consciente.
—Amiga, no exageres. Sé que es uno de los premios más importantes, y créeme, estoy agradecida, pero… lo más valioso no es eso —respondió, acomodando un mechón de cabello detrás de su oreja—. Lo verdaderamente fundamental es que mi familia está bien. Ese es el mayor premio que Dios pudo darme.
Sofía frunció el ceño mientras aplicaba su bálsamo labial rosado.
—Tu familia, tu familia —refunfuñó—. Amiga, dile eso al resto de actrices que matan por este premio.
Alía sonrió con dulzura, pero sin retractarse.
—Sofía, no hablo de simple afect