NICHOLAS
Tan solo había unos pocos hombres en la ciudad que tuvieran lo que hacía falta para triunfar en Wall Street, un grupo selecto que comprendía el valor del tiempo y la lealtad tan bien como yo. Había creado mi empresa desde los cimientos armado tan solo con el deseo de despedida de mi padre —«No dejes que esa ciudad te coma vivo»— y un traje negro desgastado que me quedaba dos tallas más grande.
Comencé como el chico de los cafés, el suplente indeseado en la nómina inflada de una megacorporación. Ya que nadie quería darme un empleo real, hacía preguntas siempre que podía. Me quedaba hasta tarde y escuchaba las reuniones a escondidas con la excusa de hacer trabajos para la universidad. Y cuando ninguno de los altos ejecutivos quería quedarse hasta tarde para repasar las cuentas del día, yo me ofrecía voluntario.
Años después, creé mi propio fondo de inversiones e invertí en las acciones que ellos tenían demasiado miedo de tocar. Terminé convirtiéndome en uno de los empresarios más respetados de Wall Street. Si había una empresa que suscitara mi interés, la compraba. Si había acciones en las que quería invertir, para la hora de la cena ya las había adquirido. Y si había un trato que quisiera cerrar, era mío en tan solo unos segundos.
O al menos pensaba que ese era el caso hasta esa misma mañana.
—¿Qué quieres decir con que Watson ya no está seguro de querer que yo le compre la empresa? —Miré a mi asesor, Brenton, totalmente perplejo—. Fue él quien la puso en venta, maldita sea. Quién se la compre da absolutamente igual.
—Ya te he dicho una y otra vez que quiere que el nuevo propietario sea un hombre de familia. Tú no eres un hombre de familia.
—Sí que tengo una familia.
—Una familia propia. —Suspiró—. No una a la que llames en semanas alternas cuando se te ocurre recordar que existen. Ah, y a buen seguro tampoco quieren a alguien que ha sido soltero del año en Page Six durante ocho años consecutivos.
—Diez años consecutivos, pero nadie lleva la cuenta. —Sonreí—. Aunque si eso hará que Watson se sienta mejor en cuanto a mi vida personal y a cómo gestionaré su fondo en el futuro, puedo llamarlo y admitir sinceramente que no he follado con nadie en más de ocho meses.
Me lanzó una mirada inexpresiva.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—Por desgracia, no.
Llevo un poco más de ocho meses...
—Incluso aunque te creyera, que no es el caso, el hecho de que elijas no follar con nadie no te convierte en un hombre de familia. Solo significa que no te estás comportando como eres en realidad. Con «hombre de familia» se refiere a alguien que sabe que no todo es trabajo. Alguien que sepa apreciar los momentos de la vida fuera de la sala de juntas.
—Soy fantástico en eso —le contesté—. Tú mismo lo has dicho. Mi empresa paga los sueldos más altos en todos los niveles para que los empleados puedan disfrutar de su vida fuera de la sala de juntas.
—Bueno... —Se irguió en la silla—. Cuando tu segundo director financiero se casó, ¿qué le regalaste para su boda?
—Una prima generosa y un vino vintage.
—Ajá. ¿Y qué es lo que escribiste exactamente en la etiqueta de ese vino?
Suspiré.
—«Me decepciona que te hayas casado; nunca pensé que fueras de esos».
—¿Y qué más?
No respondí. No quería recordarlo.
—Escribiste: «Estoy seguro de que te divorciarás en dos años, así que mejor que la dejes y viajes a Florida a ayudarme con el acuerdo de Tampa». Pero, claro, al menos tuviste la amabilidad de escribir: «P. D.: Espero que hayas firmado un contrato prematrimonial antes de la boda. Te veré en el trabajo cuando regreses. Con cariño, Nicholas». Creo que fueron esas tres últimas palabras las que le hicieron renunciar.
—Eso fue hace dos años —le dije—. Ya no envío ese tipo de notas.
—Porque Emily las escribe por ti. —Puso los ojos en blanco—. Fuera de la empresa no tienes ninguna relación de verdad, y eso es precisamente lo que Watson quiere que su sucesor tenga. Cree que hará que el propietario sea más comprensivo con respecto a ciertas cosas. ¿No estás de acuerdo?
Joder, no.
No estaba seguro de por qué de repente se comportaba como un santo, puesto que era mucho más despiadado que yo cuando dirigía su propia empresa décadas atrás. Una vez escribió tres adjetivos que se correspondían exactamente con mi opinión sobre las relaciones: volubles, inútiles e impredecibles.
Una vez entraban en crisis, ya no podían recuperarse, así que no malgastaba mi energía en ellas. La idea de crear una familia no se me había pasado por la cabeza nunca porque había visto de primera mano lo que había provocado en algunos de mis compañeros con más éxito: su ética laboral se fue ralentizando, su ansia de poder disminuyó y comenzaron a dirigir sus empresas basándose en la felicidad en vez de en los resultados financieros.
Me desconcertaba bastante que después de seis meses de negociaciones, cinco semanas de conferencias interminables y horas de idas y venidas, el director general estuviera ahora pensando echarse atrás en un acuerdo por algo tan frívolo.
Suspiré y me recosté en mi sillón.
—Necesito firmar este trato, Brenton. No voy a aceptar un no por respuesta.
—Estoy seguro de que no. —Sonrió nervioso—. Un acuerdo por valor de cinco mil millones de dólares sería un gran empujón para nuestra cartera, sobre todo porque te permitirá duplicar esa cantidad en diez años, cuando el resto de tratos se cierren.
Pero si no lo conseguimos, perderemos veinte mil millones en el mismo plazo de tiempo...
Podía leer el resto de sus pensamientos sin necesidad de que pronunciara una palabra.
—¿Tienes alguna idea de cómo podríamos hacerle cambiar de opinión?
—¡Por fin! —Comenzó a reírse y abrió una carpeta—. He estado esperando esa pregunta todo el día.
Antes de que pudiera comenzar a hablar sobre su estrategia, un número desconocido llamó al teléfono del despacho.
—Espera un segundo, Brenton. —Hice un gesto—. El señor Wolf al habla —contesté a la llamada.
—Señor Wolf, soy el señor Tanner, de la empresa Tanner and Associates que hay al otro lado de la calle. Me dijo que le llamara si... eh... si Emily Johnson volvía a venir otra vez.
—Sí —respondí—. ¿Cuándo ha ido?
—Justo ahora, señor. Acaba de marcharse hace un momento.
Saqué mi teléfono y comprobé si tenía mensajes nuevos. El último correo que me había enviado había sido hacía media hora.
Asunto: Cita con el dentista
Señor Wolf:
Creo que he olvidado que también tenía una cita con el dentista hoy. Como la oficina está cerca, iré deprisa para aplazarla, justo como usted sugiri
Emily Johnson
Asistente ejecutiva de Nicholas A. Wolf, Wolf Industries
P. D.: Me olvidé de responderle: feliz aniversario a usted también. 🙂
Sigue queriendo colármela...
—¿Qué es lo que le ha pedido, señor Tanner? —le pregunté.
—Lo mismo de siempre, señor. Que echáramos un vistazo al contrato de nuevo para encontrar alguna laguna legal.
—¿Y la hay?
—No, señor.
—Bien. —Sonreí. También me encargaba de que revisaran esa m****a todos los años—. Enviaré a una becaria con un obsequio de mi parte a la hora del almuerzo. Gracias por avisarme. —Terminé la llamada justo cuando Emily entraba en mi oficina con una bandeja.
Llevaba su vestido azul ajustado favorito, con el que siempre conseguía llamar mi atención, y caminó por la habitación con sus zapatos de suela roja mientras me lanzaba su habitual mirada sexy.
—Buenas tardes, señor Wolf —dijo mientras dejaba la bandeja sobre mi mesa—. Brenton... Aquí está el almuerzo y una copia de los documentos de Watson que solicitó. ¿Quiere que le traiga algo más?
—¿Qué tal la cita con el dentista? —La miré entrecerrando los ojos.
—Igual que la del médico —respondió, mirándome también con los ojos entrecerrados—. Solo tengo que ocuparme de cierta caries que se irá pudriendo durante los dos próximos años.
—Eso no es nada saludable, Emily. —Brenton se colocó la servilleta en el regazo—. Tengo un buen dentista que puede deshacerse de esa caries que dice. Debería ir a verlo si el suyo le está diciendo esas cosas.
Ambos lo miramos.
—¿Qué? —exclamó Brenton mientras se metía una patata frita en la boca—. ¡Es muy buen dentista!
—¿Tiene otras citas programadas para hoy, Emily? —le pregunté, esforzándome al máximo por ignorar el hecho de que no llevaba sujetador debajo del vestido—. Me gustaría saberlo ahora mismo.
—Estaba segura de que querría saberlo. —Se encogió de hombros—. Pero mi pausa para el almuerzo empieza ahora. Tendrá que esperar a que termine. —Se dio la vuelta y se alejó, y yo observé todos sus movimientos hasta mucho después de que hubiera desaparecido.
A pesar de las miradas gélidas que me lanzaba todos los días, de las notas sarcásticas que escribía en post-its que dejaba en mi escritorio y del hecho de que todavía estuviera realizando entrevistas de trabajo «en secreto», consideraba que era mi empleada más fiel. Y por extraño que pudiera parecer, mi única amiga. Aparte de Brenton, era la única persona en mi edificio en la que confiaba.
Además también era, por desgracia, la mujer más sexy que había visto en mi vida. Con sus oscuros y profundos ojos verdes, su pelo de color café que caía por sus hombros en ondas y un vestuario que hacía que la polla se me pusiera dura cada vez que entraba en donde yo estuviera, hacía empalidecer a todas las supermodelos que había conocido hasta la fecha. Durante los dos años que llevaba trabajando para mí, me había obligado a mí mismo a soportar la tortura de trabajar a su lado durante días incontables durante diez y doce horas. También sufría la sequía sexual más larga de mi vida, porque la única persona con la que quería follar era ella, pero sabía muy bien que no debía cruzar esa línea.
—Vale. —Cogí la taza de café de la bandeja y me aclaré la garganta—. Resume tu idea de cómo vamos a conseguir poner de nuevo a Watson de nuestra parte en cinco segundos.
—Creo que deberías comprometerte de manera temporal y presumir de familia al mismo tiempo para que parezca que eres exactamente el tipo de director general que él busca. —Las palabras salieron de su boca a mayor velocidad que nunca.
Le lancé una mirada asesina. Desde que se había convertido en mi asesor había sugerido un montón de mierdas cuestionables, pero esta era la más ridícula de todas.
—¿De todas las opciones disponibles, quieres que finja que tengo una prometida solo para poder cerrar un trato?
—Un trato de cinco mil millones de dólares. —Asintió—. Tiene mucho más sentido dentro de contexto. Deja que te explique.……
Continuará