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Capítulo 6 ¿También me va a regalar un novio?
—Raina, ya sabes cuál es tu lugar, ¿cierto? —dijo Marta, probándose el vestido de novia y dejando, por fin, la máscara de dulzura.

El corazón de ella estaba tan anestesiado que ya ni dolía.

—Señorita Quiles, usted abandonó a Noel cuando no tenía nada y regresó cuando ya lo tenía todo. Dígame, ¿cómo le llama a eso?

—¿Y qué? Él me ama, por eso se casa conmigo. Tú, aunque hayas estado en su cama y lo hayas acompañado en sus peores años, igual nunca te quiso —respondió Marta, con una sonrisa victoriosa.

Lo decía sin pudor, pero no mentía. Raina no pensaba pelear por un hombre ni discutir quién sabía retenerlo mejor. Entonces, fue directa.

—¿Y para qué me dice todo esto?

—Porque después de la boda no quiero volver a verte —contestó Marta, tajante.

Ella le sostuvo la mirada y sonrió, desarmando con calma la intención de la otra. Se iría, sí... pero no porque la echaran.

—Eso mejor que me lo diga Noel.

—¿Todavía sueñas con que él te ama? —preguntó Marta, con rabia en la mirada.

No. Ese sueño se había roto el día que Noel le quitó de la mano el anillo que ella había elegido... para ponérselo a Marta.

—El vestido es precioso, señorita Quiles. El día de la boda se va a ver muy bonita —dijo Raina, antes de salir del probador.

Afuera, Noel la esperaba con un traje de novio. Se veía más erguido, más elegante, y esas gafas de montura invisible le daban un aire sobrio, casi intelectual... igual que la primera vez que lo vio.

En ese entonces, se había preguntado cómo podía existir un hombre tan guapo. En ese momento, todavía seguía teniendo la capacidad de acelerar un corazón. Si la vida le diera otra oportunidad, Raina lo esquivaría sin pensarlo. El pasado no se podía cambiar, pero el futuro sí... y en el suyo, él ya no tenía lugar.

—Elige la que más te guste —dijo Noel al llegar frente a ella, señalando los vestidos de novia.

¿Para qué elegiría uno?

¿Acaso pensaba robarse la boda ese mismo día?

¡No sería tan infantil!

—Si me regala un vestido, señor Silva, también tendrá que darme un novio. ¿Lo tiene? —preguntó Raina con ironía.

El gesto de Noel se endureció.

—¿Qué quieres decir, Raina?

—Pues que, de pronto, me dieron ganas de casarme —respondió ella, acariciando la tela blanca frente a sus ojos.

—¿Lo haces a propósito? Te dije que... —Noel no alcanzó a terminar, porque la puerta del probador se abrió y Marta salió.

El vestido, carísimo, la hacía ver como de otro mundo. Ella se quedó un instante absorta: también había soñado con ese momento; vestida de blanco al lado de Noel. Los sueños eran como burbujas: tarde o temprano se desvanecen.

—¿Me veo bonita? —preguntó Marta, con esa voz dulce que fingía inocencia.

—Sí, estás hermosa —respondió Noel, con las mismas palabras que alguna vez le había dicho a Raina.

El corazón de ella no se apagó de golpe, sino con la suma de todos sus olvidos, de cada descuido, de cada vez que no le importó.

—Raina, ¿verdad que me veo linda? Anda, elige uno tú también, para que cuando te cases, Noel te lo regale —dijo Marta, acercándose para tomarle del brazo.

Raina no supo qué llevaba en la mano de Marta, pero sintió un pinchazo agudo, como de aguja. Instintivamente le soltó el brazo. Marta dio un grito y se dejó caer hacia atrás, pero aun así no olvidó jalar de Raina, haciendo que también cayera con ella.

—¡Marta! —exclamó Noel, corriendo a sostenerla.

Alcanzó a Marta, pero a Raina no. Ella se azotó contra el suelo frío; se escuchó un golpe seco que retumbó en todo el salón.

El mundo empezó a dar vueltas. Con un zumbido en los oídos, le vino a la mente la pregunta que Marta le había lanzado: ¿Todavía sueñas con que Noel te ama? La respuesta estaba ahí mismo.
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