Iván no le contestó, y Raina entendió perfectamente lo que eso quería decir.
Al final, caminó hasta él, sentándose enfrente.
—Iván, me trajiste para ver a Celia, ahora de verdad quiero verla. ¿Podemos verla primero, por favor?
Hablaba con sinceridad. Incluso se le empezaron a salir lágrimas. Sentía que estaba tan cerca de resolver esa mezcla de injusticia y esperanza acumulada por tantos años.
—¿Quieres visitar a una paciente a mitad de la noche? ¿Te parece adecuado? —dijo él, tranquilo. Con esas palabras, Raina supo que esa noche no podría ver a Celia.
Pero antes, con solo una pregunta de su parte, él había tomado el avión al instante.
Ese Iván no se parecía en nada al que tenía enfrente ahora.
Si no era que sufría de personalidad múltiple, entonces simplemente estaba jugando con ella, como un gato que atrapa un ratón: sin matarlo, solo por diversión.
La sensación era horrible.
Hacía siete años que no veía a Celia, y había aguantado la espera, pero ahora que la tenía tan cerca y no po