—Señor Herrera, me da mucha curiosidad… ¿cómo acabamos hablando por celular? —preguntó Raina.
Ella sabía que había enviado ese mensaje por error, pero si él no hubiera estado en su lista de contactos, nunca se lo habría mandado. Sin embargo, no recordaba cómo se habían agregado.
Iván miraba al frente, la luz del sol demasiado intensa hacía un contraste en su cara, mitad iluminada, mitad oscura, como si mostrara su lado secreto.
Con sus largos dedos tamborileó en el volante.
—¿Quieres saber? Yo también quisiera preguntártelo a ti.
Raina quedó congelada. ¿Él tampoco lo sabía?
—Yo no lo sé, pero estoy segura de que nunca te agregué —dijo, segura de lo que decía.
Nunca habían tenido contacto; incluso cuando él había intervenido alguna vez para ayudarla, siempre lo hizo sin mostrar interés. Ella recordaba que cada vez que le daba las gracias, él solo respondía con un “ajá” antes de irse.
Ni siquiera habían hablado. ¿Cómo iba a tenerlo agregado?
Además, parecía que lo tenía agregado desde ha