En cada uno de los mil metros cuadrados de la quita de la familia Herrera, se sentía el ambiente de celebración.
Era una casa muy bien cuidada, con un estilo antiguo y elegante. A los costados de la limusina, había dos hileras de mujeres de gala, todas de la misma estatura. Todas tenían las manos vacías, esperando.
Alguien comentaba en voz alta:
—¡La novia va a lanzar el ramo, la que lo agarre será la próxima en casarse!
Todo estaba listo para que ella se bajara y lanzara el ramo, según la tradición. Pero Raina apretaba fuerte la puerta del auto, negándose a abrirla.
Desde que vio a Iván, no podía dejar de preguntarse cómo era posible que su “novio virtual” resultara ser él. No alcanzó a reaccionar cuando su abuela, emocionada, se acercó, le cubrió la cabeza con un velo rojo y la empujó al carruaje nupcial.
Dentro del auto, nada le parecía correcto. ¿Cómo podía ser que el hombre con el que habló diez años en internet fuera el heredero de los Herrera? Seguro había algún error.
Cuando mi