El que iba en el asiento de atrás, que llevaba un buen rato con los ojos cerrados, los abrió por fin con una pereza absoluta.
Le echó un vistazo de reojo al coche estacionado afuera —demasiado familiar— y empezó a darle vueltas al anillo que llevaba en el dedo.
Diego sonrió, mirándolo a Iván.
—Qué belleza... mientras más lo miro, más me gusta.
Ya no quedaba claro si hablaba del coche o de cierta cara.
Iván le dio otra vuelta al anillo antes de preguntar, sin demasiado interés:
—¿Aquí por lo menos se come bien?
—Este es el lugar del momento —respondió Diego—. El típico sitio que todo el mundo presume en redes: vienes, comes, te tomas la foto, subes la historia, etiquetas al lugar y listo.
Iba encarrerado, hasta que de pronto se cortó en seco. Se giró para mirarlo, incrédulo.
—Iván, no me digas que...
—Ajá —soltó él, seco.
Diego se removió inquieto en el asiento, con la boca abierta de par en par.
—¿Nos vamos? ¿Ni siquiera te bajas a echar un vistazo?
—¿A ver qué? —el tono de Iván fue p