—Ciega... y encima terca —masculló Iván entre dientes.
La cargó en brazos y la acomodó en el asiento trasero con cuidado. Luego, le hizo una seña al conductor.
—Lleva el auto al Residencial Los Cedros —ordenó—. ¿En dónde la recogiste?
El chofer le mostró los datos del viaje en el celular. Iván les echó un vistazo y lo entendió todo.
El alcohol barato no pega de inmediato, pero cuando sube, no tiene piedad de nadie.
A la mañana siguiente, cuando Raina abrió los ojos, ya casi daban las nueve.
Había tomado otras veces, pero nunca se había despertado sintiéndose tan mal. Rita no exageraba: ese tipo de alcohol te deja una cruda distinta.
Estaba en el Residencial Los Cedros. No le costó imaginar cómo había llegado hasta ahí, aunque Iván no apareciera por ningún lado.
Llevaba puesto un pijama de seda.
Sobre cómo terminó vestida así, ni se molestó en darle vueltas. Hacía mucho que había dejado de ser una ingenua.
Afuera, el jardín estaba en todo su esplendor. Las flores estallaban en colores v