Inicio / Romance / No te Apartes de Mí / Un juego peligroso (1era. Parte)
Un juego peligroso (1era. Parte)

Dos días después

Islas Maldivas

David

Había hecho una jugada arriesgada para retener a Cristal, mintiéndole que estábamos casados. Lo mío no fue exactamente un acto de nobleza, pero no esperaba ese revés tan rápido, con sus preguntas afiladas como bisturí. Quizás jugaba con mi mente, quizás solo estaba devolviéndome un poco de mi propia medicina por haberla engañado. O, más probable aún, había salido su parte de abogada analítica, buscando el más mínimo cabo suelto para anular “nuestra unión”.

Obvio, no estaba en mis planes dejarla marcharse. Por eso había guardado su celular, sus tarjetas y su pasaporte. Admito que fue un golpe bajo, aunque en mi defensa… necesitaba asegurarme de tenerla cerca. Era la única forma de conquistarla. Claro que todo dependía de ella.

El silencio entre nosotros se volvió denso, casi eléctrico. Ella me miraba como si quisiera atravesarme con esos ojos azules suyos. Al final, su voz rasgó el aire, cargada de furia contenida.

—No eres un caballero —escupió—, sino un desgraciado que me robó mis cosas para forzarme a vivir bajo su techo.

Me crucé de brazos, fingiendo calma, aunque la forma en que me taladraba con la mirada me descolocaba.

—No te robé nada —respondí con tono pausado—. Guardé tus cosas por tu propio bien, esposa mía. No quería que siguieras emborrachándote por ahí.

—¡Cínico! —bufó, avanzando un paso—. Te aprovechas de la situación…

—¿Cómo crees? Yo sería incapaz —ironicé, esbozando una sonrisa—. Y dime, ¿dónde quedó el amor que pregonabas por mí hace unas horas?

—¡Ah! —soltó un suspiro exasperado, llevándose la mano a la frente—. No te soporto, David.

—Ayer no pensabas lo mismo —repliqué con una sonrisa ladeada.

Ella apretó los labios, furiosa.

—Voy a quedarme contigo porque no tengo otra salida, pero ni sueñes con ponerme un dedo encima.

—Pensé que tendríamos una larga luna de miel —bromeé, alzando una ceja—. Al fin y al cabo, estamos recién casados.

Cristal me lanzó una mirada capaz de encender fuego y, sin decir palabra, me mostró el dedo.

—Ya sé, Cristal —añadí haciéndome el tonto—, te debo el anillo. Si quieres, pasamos por una joyería ahora mismo.

—David, no sigas colmando mi paciencia —me interrumpió, la voz temblándole de rabia—. Porque podría declararme loca y obtener mi libertad apretando tu cuello… nadie me condenaría, ya estás muerto.

Me dejó con eso y avanzó con paso firme hacia la salida del registro civil. La vi alejarse, con el vestido blanco ondeando en la brisa marina y el orgullo marcándole cada movimiento.

Tragué saliva.

—Diablos… —murmuré, quedándome quieto unos segundos—. Será una tarea titánica acercarme a ella. O tal vez debería desistir de esta locura antes de que acabe con el corazón hecho pedazos.

Pero ya era tarde. La locura tenía nombre, ojos azules… y un carácter infernal.

Sin embargo, no pensaba darme por vencido tan fácil. Más bien aprovecharía cada oportunidad para desvanecer ese muro de resistencia que Cristal levantaba con tanta determinación.

Estaba en la habitación, acomodando la cama, cuando la puerta se abrió y ella entró sin tocar. Llevaba un camisón de seda corto, que dejaba poco a la imaginación. Se detuvo en seco al verme, me lanzó una mirada desconfiada y aclaró la garganta.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, arqueando una ceja.

—¿No es obvio? —respondí con fingida inocencia mientras recorría su figura con la mirada, lenta, deliberadamente—. Acomodo las almohadas para dormir.

—Eso no pasará —replicó cortante, cruzándose de brazos—. No dormirás en la cama conmigo.

Sonreí con descaro, avanzando un paso.

—Tienes miedo de no poder resistirte… de no controlar tus manos como anoche, esposa mía.

Cristal soltó una risa sarcástica, aunque el brillo en sus ojos la delataba.

—Ja, ja, ja… ni en tus sueños. Y quédate en tu habitación privada.

—Ya estoy en ella —repliqué, con una sonrisa que buscaba provocarla aún más.

—Hablo del sillón —contestó, señalando la sala con el mentón.

—Me hace daño la espalda —improvisé, dándole mi mejor cara de víctima.

Ella rodó los ojos, tomó una manta y una almohada, y empezó a empujarme hacia la puerta. El roce de su cuerpo contra el mío me encendió la piel, y por un segundo, ambos quedamos demasiado cerca.

—¿Y el beso de buenas noches? —murmuré, inclinándome apenas, con voz ronca y provocadora.

—Sueña con él —respondió, y con un movimiento seco me tiró la puerta en la cara.

El golpe resonó, y me quedé allí, sonriendo como un idiota, con la manta en la mano y el corazón acelerado. Cristal era un infierno con piernas, y yo ya estaba demasiado metido como para querer salir.

Pero esa noche todo cambia. La música suave suena de fondo, las velas en los rincones iluminan la sala. Huele a trampa a kilómetros, pero avanzo, y la veo: Cristal sostiene una copa en la mano, su vestido ceñido dibuja cada curva de su cuerpo, insinuante y peligroso. Sus ojos azules me atraviesan como cuchillas, llenos de desafío y seducción.

—David, ¿vas a salir? —pregunta con voz juguetona y provocadora. Su mirada no me deja respirar.

—Sí, voy al bar —respondo, tratando de mantener la calma—. Y no es correcto que tengas una velada con tu amante en mi ausencia.

Ella se acerca un paso, y veo cómo sus caderas se mueven al compás de cada palabra no dicha.

—Deja el sarcasmo. Intento disculparme contigo —susurra, dejando que su aliento roce mi oreja—. No he sido justa contigo y por eso pensé en una cena.

—¿Y este cambio? ¿Qué pretendes? —pregunto, levantando una ceja, sin apartar la mirada de su figura.

—Si vamos a vivir juntos, al menos deberíamos hacer las paces, llevarnos bien… —su voz se vuelve un susurro que vibra en mi pecho, y añade con un movimiento sutil de muñeca—. ¿Vino?

Tomo la copa de su mano. Su cercanía me hace perder un instante la concentración; su perfume dulce y marino me invade.

—Entonces podrías contarme… —mi voz se suaviza, más curiosa que autoritaria—. ¿Cómo terminaste en las Maldivas? ¿A quién quieres olvidar? ¿Quién te rompió el corazón?

Sus labios se curvan en una sonrisa que mezcla diversión, desafío y peligro.

—Eso no te incumbe… —responde, su voz firme, con un dejo de vulnerabilidad que no esperaba, y sus ojos me desafían mientras cada músculo de su cuerpo parece retarme.

—Significa que tengo competencia —replico, sonriendo con malicia, mientras mi mirada sigue cada movimiento suyo.

Cristal da un paso más, su cuerpo rozando el mío apenas, y susurra al oído, provocando que un escalofrío me recorra la espalda.

—David, dime con sinceridad algo… —susurra, y su voz se funde con la música, íntima y peligrosa—. ¿Por qué haces esto? ¿Qué buscas de mí?

Mi corazón late con fuerza mientras siento que ella juega conmigo, me reta y me enloquece al mismo tiempo. No sé si quiero ganarla o perderme en ella. Pero cada vez que se me acerca, recuerdo que mentirle fue mi primer error… y mi única salvación.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP