La casa estaba en silencio. Aria llevaba rato sentada en el sofá, con las piernas recogidas y la mirada perdida en la pared. No tenía lágrimas ya, pero seguía llorando por dentro: esa respiración entrecortada, ese temblor leve en los dedos, esa presión insoportable en el pecho que la dejaba sin aire.
Escuchó la llave girar en la puerta y se apresuró a limpiarse la cara con las manos, aunque sabía que era inútil. Sophie entró riéndose, apoyada contra el marco mientras Ryan la abrazaba por detrás, murmurándole algo que la hacía reír más fuerte.
—Te dije que dejes de hacer eso, me vas a tirar —decía ella entre risas, dándole un codazo cariñoso.
—Pero si te encanta —respondió él.
Cerraron la puerta y avanzaron unos pasos. Sophie iba a seguir con la broma, pero al levantar la vista vio a Aria, inmóvil en el sillón, el rostro completamente descompuesto, los ojos hinchados, las mejillas todavía húmedas.
La risa se le apagó al instante.
—Aria… —murmuró, sintiendo cómo el cuerpo se le tensaba.