Aria se despertó con el cuello rígido y la boca seca, abrazada a un almohadón que no recordaba haber tomado. La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz de los faroles externos. El leve sonido de motores inundaron sus oídos adormecidos en una ciudad que estaba despertando. El reloj marcaba las ocho y cuarto de la noche, más tarde de lo que esperaba.
Parpadeó, desorientada. La última imagen que recordaba era su conversación con su amiga Sophie de forma muy vaga. Y luego… su cuerpo desplomándose sobre la cama en la que se encontraba, agotada, nerviosa, con demasiadas emociones apretadas en el pecho como para procesarlas despierta.
—Ah, la Bella Durmiente por fin despertó —la voz de Sophie surgió desde la puerta, burlona y dulce a la vez.
Aria giró la cabeza. Sophie estaba apoyada contra el marco de la puerta, con el pelo recogido en un rodete improvisado, remera amplia, joggings y los ojos todavía hinchados de cansancio. Pero sonreía. Y ese gesto bastó para que Aria sin