Ya caía la tarde y Tomás llevaba horas esperando alguna noticia en la casa, pero el celular jamás sonó con la llamada de Sofía.
No fue sino hasta que vio llegar uno de los carros de la empresa familiar y reconoció el emblema, que salió corriendo hacia la entrada.
Apenas Sofía bajó del vehículo, Tomás le gritó con rabia:
—¡Te estuve llamando! ¿Por qué no contestaste? ¿Sabes que en casa pasó una desgracia? ¡Acompáñame de inmediato a la comisaría para sacar a mi mamá bajo fianza!
Su voz era pura orden, y mientras hablaba, la sujetó del brazo intentando arrastrarla.
Sofía, sin embargo, lo apartó de un empujón.
Tomás quedó descolocado, mirándola incrédulo:
—¡Sofía Valdés! ¿Estás loca? ¿Cómo te atreves a empujarme?
Siempre había mandado en esa casa, siempre había caminado con arrogancia. Nunca imaginó que Sofía tuviera el valor de enfrentarlo.
Cuando intentó levantarle la mano, secretario Juan se interpuso. Con un simple movimiento lo redujo, dejándolo sin fuerza para resistirse.
—¡Tú tambié