Al ver todos esos bienes reunidos, el cobrador sonrió satisfecho, asintió con la cabeza y salió de la casa Valdés escoltado por sus matones.
Luisa se desplomó en el suelo, devastada. Jamás imaginó que por un solo préstamo usurero terminaría perdiendo hasta el último centavo de lo que ella y su hijo tenían.
Mientras tanto, en la oficina, Sofía recibió la llamada de aquel mismo cobrador.
—Señorita Valdés, todo está hecho. Sólo falta convertir las cosas en efectivo y transferirlo.
—Entendido. Hoy se han esforzado bastante.
—No lo agradezca, todo fue por órdenes del señor Casanova.
Sofía esbozó una leve sonrisa. En efecto, todo era mérito de Elías.
Sin su ayuda, no habría recuperado tan fácilmente la fortuna que por derecho le pertenecía a su padre, y que Luisa y Tomás habían dilapidado.
Colgó el celular, levantó la vista hacia secretario Juan y ordenó:
—El asunto está cerrado. Procede.
—Sí, señorita.
De inmediato, Juan marcó el número de la policía.
Dentro de la casa Valdés, Luisa y Tomás