Al día siguiente, en el campus.
Era la jornada en que se publicaban las últimas calificaciones del examen de egreso.
En el tablero de anuncios podía leerse con claridad: la primera del departamento era Mariana García.
Había logrado graduarse con un puntaje casi perfecto. Y, como el día anterior, Sofía aparecía con cero.
En medio del bullicio, Sofía se plantó frente a Mariana y le bloqueó el paso.
La otra, con gesto molesto, espetó:
—¿Qué quiere la señorita Valdés? Estoy ocupada, no puedo hablar con usted aquí. Si no es nada importante, me retiro.
—Dime, Mariana, ¿te divierte hacer trampa y destrozar el examen de otra persona?
Las palabras directas de Sofía hicieron que a Mariana se le encogiera el corazón un segundo.
—¿Qué disparates dices? No entiendo nada.
—¿Ah, no entiendes? No te preocupes, pronto lo entenderás.
La frase ambigua dejó a Mariana intranquila. Fue ella ahora quien se apresuró a detenerla:
—¡Espera!
Sofía detuvo los pasos.
—¿Qué significa lo que acabas de decir?
—Nada