Al escuchar que Luisa quería llevarla a ver a Alejandro, el rostro de Lola se volvió aún más sombrío.
Ella no tenía nada que ver con Alejandro; si Luisa la arrastraba así hasta ponerse frente a él, ¿qué pensaría de ella?
La tomaría por una vanidosa, una mentirosa sin remedio.
Con ese pensamiento, Lola de inmediato soltó la mano de su tía y corrió a refugiarse detrás de sus compañeras.
Ellas, que ya tenían una pésima impresión de Luisa, al verla presionando a Lola para que pidiera dinero, se colocaron frente a ella para protegerla.
—¡Esto es la Universidad de Finanzas! Aquí nadie puede hacer sus escándalos. Señora, le aconsejamos que se retire, o iremos con los profesores para que tomen cartas en el asunto.
—Sí, ¿qué diferencia hay entre lo que usted hace y vender a su propia sobrina?
Que un grupo de chamacas se atreviera a faltarle al respeto colmó la furia de Luisa:
—¡Malditas mocosas! Yo te he mantenido, Lola, y ahora me pagas con traición. No pienses que estas pueden salvarte. ¡Hoy