A poca distancia, Lola se preparaba para salir con sus compañeras de cuarto.
Apenas llegó a la puerta principal de la universidad, levantó la vista y vio a Luisa.
De inmediato, el rostro de Lola se ensombreció.
—¡Lola! ¡Así que no contestas mis llamadas! —Luisa, nerviosa y furiosa, la jaló del brazo sin darle tiempo de reaccionar.
—¡Tía, no fue mi intención! Tenía el celular en silencio… —Lola se mostró abatida, mientras sus amigas la miraban sorprendidas por la brusquedad de aquella mujer.
A Luisa poco le importaba la excusa. Sujetando con fuerza el brazo de su sobrina, la increpó:
—Te marqué mil veces y no respondiste. ¿Ya porque trepaste a una rama más alta se te olvidó de dónde vienes? ¡No olvides quién te compró el celular, quién movió influencias para meterte en la universidad, quién te dio la oportunidad de acercarte a la familia Rivera! Sin mí, seguirías sembrando en el rancho, jamás hubieras pisado esta ciudad.
—Lo sé, tía, me equivoqué… no volverá a pasar —murmuró Lola, páli