—Si antes de caer sigues diciendo que no tienes nada que ver con el terreno de las afueras del sur de la ciudad, te voy a creer.
—¡Tú…!
A Sofía se le ensombreció la cara.
¿No era esto lo mismo que arrancar una confesión a la mala?
Las luces altas ya bañaban el borde roto del puente. Sofía cerró los ojos y dejó la vida al destino.
—Di lo que quieras. Yo no tengo nada que ver con el sur de la ciudad.
Elías alcanzó a verla, rendida al “que sea lo que sea”, y frenó justo en el último segundo.
El carro quedó a un dedo del vacío.
El golpe que Sofía esperaba no llegó.
Cuando abrió los ojos, lo que vio fue el boquete del otro extremo del puente.
—¡Ustedes! ¡Con ustedes hablo!
No muy lejos, las patrullas parpadeaban con las torretas encendidas.
Dos policías bajaron; uno vino hacia ellos con la linterna en alto.
El haz rebotó en el vidrio y casi la encandiló.
—¡Bájense del carro! ¡A ustedes les digo!
El tono era abiertamente prepotente.
Sofía miró a Elías. Él, en vez de abrir, metió reversa